martes

La vieja hospitalidad del norte

Los cowboys que vagaban por los desiertos americanos, que dormían bajo las estrellas con la única compañía de su caballo y de las serpientes cascabel, agradecían de vez en cuando recurrir a la vieja hospitalidad del oeste y pasar la noche entre sábanas limpias después de llenarse el estómago con un buen asado. Yo no soy un vaquero, pero me acordé de ellos en varios momentos del viaje, y también del cómic de Lucky Luke en que lo aprendí hace ya muchos años. Por ejemplo, cuando Sophie me trajo el té con galletas nada más terminar mi etapa en las Lofoten. O cuando el dueño de la casa en la que paré por la lluvia camino de Alvik me sorprendió con un glorioso desayuno que no estaba incluido en el precio. Y también cuando me zampé mis buenos trozos de tarta con la familia de la foto. Estaban en un alto bastante duro, 5 kilómetros y, como ocurría siempre en los altos, yo llegué unos minutos antes. Ellos estaban merendando junto a su autocaravana y se debieron de quedar de una pieza al ver aparecer a ese marciano sofocado y empapado de sudor que llevaba su casa en una bici. Tan sorprendidos que se pusieron a aplaudir. Eran finlandeses, del norte, y apenas hablaban inglés. Pero no había problema. Inmediatamente, uno de los hombres llamó a Axel (junto a Eiko en la foto), su nieto de 12 años que andaba correteando por el monte. Gracias a Axel supe que eran dos entrañables parejas de abuelos que viajaban cada una con su nieto. Mientras me lo contaban, llegó Eiko, perplejo al contemplar la escena. Huelga decir que también se unió y que repetimos pastel gustosos y que incluso una de las abuelas destapó el tarro de las esencias y sacó de la caravana un zumo de bayas hecho por ella. Mientras comíamos, Axel corrió a buscar la cámara de vídeo para filmarnos: “Si no mi madre no me creerá cuando vuelva y se lo cuente”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Al final, son pequeños detalles como estos los que te alegran la vida, y te hacen sentirte parte de un todo. Hay que tener los ojos bien abiertos para hacer lo propio cuando nos encontremos con extranjeros en nuestra casa, y mostrarles también nuestra vieja hospitalidad del norte.