

Me abre un matrimonio de noruegos jubilados; la mujer parece más rehacia a acogerme, seguramente por la facha de vagabundo que arrastro, mientras que a él se le nota más campechano. No hablan inglés, pero nos entendemos: 250 coronas (30-35 euros) sin desayuno, caro pero no desorbitado para los hábitos vikingos así que lo cojo con los ojos cerrados. Vale la pena. Necesitaba esa acogedora habitación, con un lujoso salón sólo para mí y, sobre todo, una gloriosa bañera. A la mañana siguiente, cuando ya me había comido mis plátanos del desayuno, el hombre llama a la puerta y me sorprende con una de las múltiples muestras de solidaridad con las que me topé en el viaje: trae un plato con cuatro tostadas cubiertas de queso, mermelada y una especie de morcilla noruega junto a un reconfortante café. No es hombre de muchas palabras, y menos si no hablamos el mismo idioma, pero justifica su gesto con un escueto "rain, rain" mientras agita los brazos. Cuando le voy a pagar a su mujer, me sorprende con una rebaja de 50 coronas y me voy en mi última etapa hacia Bergen, otra vez bajo la lluvia, pero con las pilas bien cargadas gracias a la hospitalidad noruega.




1 comentario:
Como estamos cómodos en esta casa noruega, nos quedaremos un tiempo, no habrá nuevo post hasta el 14 de agosto, después de mi periplo ciclista por Suecia.
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