miércoles

Aterrizaje con mal pedal

Al pensar en los peligros de un viaje como éste, se nos pueden ocurrir las caídas, las averías en carretera, los chaparrones inoportunos, el frío, la falta de alojamiento, que nos roben... Seguro que hay muchos, aunque no suelo pensar en esas cosas. Por eso no sospechaba que el aeropuerto de Oslo iba a convertirse en un pequeño infierno para mí.
El primer aviso me llega al ver que una de mis alforjas se ha rajado de arriba a abajo en el avión. Todo por no protegerla con plástico. Por suerte es la que va encima del transportín así que pienso que puedo tirar con esa grieta de cinco centímetros unos días. Recupero mi bici, perfectamente embalada en su caja de cartón. Para un as de la mecánica como yo, se presenta uno de los mayores desafíos del viaje: montar la bici. La primera prueba, que es encajar la rueda delantera, la supero sin problemas. El guardabarros lo dejo con una pieza floja por que mis herramientas no dan para más y me pongo con los pedales, eufórico por mi destreza. Un espejismo. Por más vueltas que le doy a la llave, el pedal no encaja. Durante una hora y media (no exagero) doy vueltas a la tuerca sin éxito hasta que, por alguna causa misteriosa, uno queda enganchado al eje. A la media hora encaja el otro, después de sudar tinta china. Un belga que acaba de aterrizar con su bici, me ayuda a fijar el guardabarros. Se queda perplejo al ver que yo giraba la llave hacia el lado equivocado.
Después de embalar todo, cojo el tren hacia Oslo y doy mis primeras pedaladas en el trayecto de la estación al albergue. Es ya casi de noche cuando me instalo en mi lujosa habitación y empiezo a asimilar que el viaje es real. Es 4 de julio. Estoy en Noruega.

No hay comentarios: