lunes

El miedo


“Hay que tener un par de huevos”. Es la reacción más habitual entre la gente a la que hablo de mi viaje. No seré yo quien me quite méritos delante suyo, pero está claro que se equivocan de cabo (norte) a rabo. La razón de irme solo al fin del mundo con una bicicleta, unas alforjas de baratillo, una nula aptitud para la mecánica, una tienda de campaña que no sé montar y un estado de forma más que mejorable hay que buscarla en una inconsciencia a prueba de bombas, como la del hombre del dibujo de arriba.
En general soy un tipo tranquilo y rara vez me he alterado por un viaje. Éste tuvo la peculiaridad de que debí prepararlo durante meses, aprovisionándome del material necesario, mirando mapas, hojeando libros, buceando en Internet, pensando en los mejores medios de transporte... Tuve incluso que comprarme una bici al efecto porque mi vieja Zeus de carretera no cumple con los requisitos para una aventura así. También hice un curso de mecánica básica (aprendí a cambiar las ruedas) en casa de Raúl. Evidentemente, todo lo que hice en los meses anteriores al viaje era insuficiente para una aventura de ese calibre. Y evidentemente, como les ocurre a algunos estudiantes, la víspera de coger el avión en Biarritz se me vino el mundo encima porque no me sabía la lección.
Basta con decir que ese mismo día terminé de comprar el material y que tenía una vaga idea de cómo iba a encajarlo todo en mi flamante Triban Drakkar. La situación me había superado y en algún momento me vi incapaz de seguir adelante. Fue entonces cuando aprendí la primera lección del viaje: madre no hay más que una.
No queda bien en la historia de un rudo aventurero que se lanza a la conquista del fin del mundo (entiéndase la ironía) pero si no es por mi madre, que me ayudó a hacer la maleta, a colocar y atar las alforjas, a desmontar y embalar la bici, no sé qué hubiera sido del viaje. Al final de la tarde, con los nervios agazapados en la boca del estómago, cuando ya teníamos todo preparado, hubiera cambiado con los ojos cerrados Noruega por una semanita sin preocupaciones en Benidorm. Pero la suerte estaba echada y después de una mala noche, llegó el día en que mi madre (sí, otra vez) me dejó en el aeropuerto de Biarritz y empezó la aventura.

2 comentarios:

Friti dijo...

Muy buenas. Me parece una idea cojonuda y espero que tenga continuidad porque los tres primeros capítulos prometen...
Por cierto, por fin le rindes a tu madre en público el homenaje que se merece. Ya iba siendo hora. Nos vemos en este nuevo cuaderno de bitacora!

Eric dijo...

Hombre friti, tendrá continuidad, lo tengo más o menos planificado. Ya sabes que mi madre te aprecia y te ve de presidente del Gobierno, no hace falta que le hagas la pelota.