jueves

Sin gasolina

Esta era la vista a las dos de la mañana, cuando por fin nos acostamos el día después de pasar por aquel paisaje lunar. La cosa no mejoró mucho. Fue un día duro por los confines de la Tierra, quizá el más duro, o eso me parecía entonces, lejanos como estaban ya los primeros pedaleos bajo la lluvia y con tanta incertidumbre. Soplaba con terquedad un viento frío ladeado y en contra que me desmoralizó al cabo de unos kilómetros. Después de aprovisionarnos bien en el último supermercado en 80 kilómetros, la carretera serpenteaba por la costa en un constante sube y baja, ya no había pueblos, alguna caseta de venta de souvenirs, alguna fuente para cargar los botellines. Pero nada más. El cansancio hacía mella, más física que psíquica. Los renos que íbamos encontrando por el camino eran de las pocas distracciones, las paradas para la foto me daban un respiro. Los 40 últimos kilómetros fueron un calvario en que anduve pegado a la rueda de Eiko, retorciéndome en las subidas. Cuando llegamos al precario cámping estaba lleno, pero nos dejaron acampar en el párking de caravanas, en un suelo pedregoso en el que sudé para plantar la tienda. Había otra tienda al lado y como no podía ser menos estaban nuestros amigos Aksel e Irene, con los que cenamos unos inolvidables macarrones y nos quedamos charlando hasta las dos de la mañana, cuando ya amanecía sin haber anochecido y cuando el cansancio era tal que la única esperanza era que quedaban menos de 100 kilómetros para llegar a la meta.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que pena da que el viaje este llegando a su fin. Ya me estaba acostumbrando a la inconstante fidelidad inquebrantable de este blog...

Eric dijo...

Sí, a mí también me da pena que el viaje termine por segunda vez. Por eso lo estiro tanto. Y por vagancia, por qué negarlo.