sábado

Dos hombres y un destino

No sé qué hacía parado con su bici cargada hasta los topes, junto al cartel de Å, no muy lejos de donde debió perderse Iñaki. Tampoco sé por qué después del breve saludo de cortesía al pasar, me di la vuelta y me fui a hablar con él. Fueron unos minutos de conversación banal, de dónde vienes, adónde vas... En ese breve diálogo le da tiempo a contarme que es su decimoséptimo viaje a Noruega, una vez fue a Túnez y no le gustó así que desde entonces no arriesga. Va al mismo sitio que yo, al Cabo, y a Stamsund ese día, pero ninguno propone hacer el camino juntos así que sigo a lo mío, pensando en llegar pronto al albergue de Stamsund, antes de que la lluvia irrumpa. Una hora después de llegar, me lo vuelvo a encontrar ya en la habitación y la casualidad quiere que seamos vecinos de litera. Ese día lo paso casi todo con Sophie, pero observo con curiosidad a ese tipo de calva reluciente que no para de hacer fotos y que se ofrece a comprar huevos para todos en el desayuno. Está en su primer día de vacaciones y se le nota en su buen humor contagioso.
Al día siguiente, antes de salir hacia Svolvaer, me da la clave para escapar de las Lofoten y adelantar camino, coger el ferri a Tromso. Él me dice que va a hacer lo mismo, pero una vez más nos esquivamos y seguimos cada uno por nuestro lado. En Svolvaer, la capital de las Lofoten, llueve sin parar y tengo que esperar unas horas hasta coger el ferri. Por casualidad me vuelvo a encontrar con Sophie en la oficina de turismo, ella va hacia Suecia pero también tiene que coger un barco así que esperamos juntos. Al cabo de unas horas, se va a dar una vuelta y aparece con un nuevo hallazgo: Eiko. Decididamente, estamos condenados a estar juntos. Vamos a coger el mismo barco, un viaje que durará toda la noche. Es entonces cuando rompemos definitivamente el hielo tomando una cerveza en cubierta. Eiko, con su acentuada propensión a hacer el ganso, lo ilustra echando un chorro en la cubierta: "For a new friendship". Después, comemos la Trollfjord soup, un obsequio del barco por pasar por un fiordo y dormimos de forma clandestina tirados en la biblioteca. Era el inicio de un largo viaje juntos, hasta el fin del mundo. No reparé en ello hasta varios días después, pero viendo esa calva monda y lironda, esos ojos sonrientes y ese buen humor permanente, me di cuenta de la evidencia. En el mismo sitio en el que merodeé en busca de Iñaki me encontré con Eiko, sólo unas horas después. La conclusión es clara. El parecido es innegable.


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