

Retrasamos la salida aún más de lo habitual, no arrancamos hasta las tres de la tarde. La lluvia amenazaba, pero no llegó a caer. Después de una primera parte algo dura, entramos de lleno en el verdensend, un paisaje estepario que unido al fuerte viento y al día nublado nos hacían pensar que realmente estábamos en el fin del mundo. El viento nos hizo transitar por esos parajes desolados a una velocidad vertiginosa, casi a 30 por hora de media en los 50 últimos kilómetros, que picaban para abajo y nos llevaban de vuelta a la civilización, o lo que iba quedando de ella, paisajes semidesérticos salpicados por casas de veraneo y pueblos que sorprenden en el camino, como oasis en el desierto.
